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Edición Nro. 8

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LA PARÁBOLA DEL REY

CAPITAL FEDERAL, 16 de noviembre de 1988
CENÁCULO MARÍA, REINA UNIVERSAL, VOZ DEL CIELO PARA LA SALVACIÓN DE LAS ALMAS

Tened paz, ovejas de mi grey.
Oíd con atención cuanto voy a deciros y sacad de ello el mayor provecho posible pues las enseñanzas de vuestro Maestro no pueden ser dejadas a un lado bajo ningún pretexto. Yo soy la Vida y vida son mis palabras, soy la Verdad y verdad son mis enseñanzas, soy la Luz y os iluminaré si me oís y me seguís.
Aprended y oíd este ejemplo: El hambre y la miseria asolaban un enorme país y su rey sumamente preocupado por el destino de sus vasallos no encontraba forma de auxiliarlos a todos. Fue así que eligió la región más miserable, el pueblo más pequeño, y enviando a uno de sus emisarios con un carruaje cargado con sus propias joyas y aún su misma corona, la repartía entre esa gente pobre y necesitada. Partió pues el primer emisario y avisando casa por casa en la pequeña población que se presentaría en la plaza del pueblo el enviado del rey cargado de obsequios para ellos. Oyeron todos la proclama oficial mas ninguno la creyó. Esta miserable región, azotada por constantes lluvias, presentaba caminos sinuosos difíciles de transitar, mas hubo allí un pobre hombre habitando una pequeña choza de barro que se dijo a sí mismo: «Si el rey ha prometido, el rey cumplirá, pues por algo es rey» y se puso en marcha, atravesando caminos hacia el centro del pueblo, con sus pies enfangados, sus ropas rotas, su estómago chirriándo de hambre, pasaba por las distintas fincas vecinas. Allí encontró a un hombre sentado en la cerca. «Dónde vas tú, miserable infeliz»
«A buscar los obsequios de mi Rey» respondió con firmeza.
«¿Acaso crees que aquél que nos ha dejado en esta miseria se preocupará por nosotros justo ahora? Muchas otras cosas importantes tendrá en su reino que dar regalos a estos últimos habitantes de su país. No seas crédulo, vuelve a tu casa.»
Mas el buen hombre volvió a pensar. «Si el rey ha prometido, el rey cumplirá» y siguió su marcha.
Encontró en su camino una mujer labrando la tierra: «Hombre ¿dónde vas?»
«A buscar los regalos que el rey tiene para mí.»
«Gran cosa te has creído» contestó la mujer. «¿Tú, el último y más miserable, deseas regalos de tu rey? Vuelve a tu casa.»
«Ven conmigo, mujer.» le respondió.
«Déjame en paz. No ensuciaría jamás mis pies en ese fangoso camino por algo que nunca conseguiré. Ve tú si quieres, pues tu locura te lleva.»
Continuó el hombre su camino. Arribando a la plaza, encuentra al emisario real con su carro cargado de joyas preciosas y en sus manos una mismísima corona de oro. Se presenta ante él y le dice: «Mi señor, he venido a buscar lo que el rey prometíó para mí.»
Desciende el sirviente del caballo y le dice: «Hombre, tú por tu aspecto debes ser el más miserable de todos y has respondido desde el confín de este país al llamado de tu rey, por eso obtendrás todo lo que el rey tenía para los demás y que no se han molestado en concurrir a buscar, pues todos sabían el camino, todos lo conocían, y todos saben que aquí los esperaba, mas no han deseado moverse hacia aquí con su voluntad y han preferido estancarse en lo que ya tienen, por eso, toma esta corona, hijo predilecto de tu rey y lleva tus regalos y aún el carruaje, yo volveré a pie al reino y sabrá mi señor que al menos aquí un sirviente fiel aún queda.»
Sube el hombre, no pudiendo más de su alegría, en el carruaje y se dirije veloz a su casa. Encuentra en el camino la misma mujer y el mismo hombre que lo ven pasar con su corona en la cabeza y con su carro cargado de oro y joyas. Dejan todo inmediatamente y a la carrera se encaminan hacia la plaza del pueblo, mas al llegar allí no encuentran más que soledad.
¿Sabéis qué significa todo ésto? El servidor miserable y fiel es aquél que sigue y busca el camino de Dios, las joyas y regalos son los bienes espirituales que os perfeccionan y acercan a mí, las personas del camino son aquellos que prefieren lo cómodo y seguro de este mundo sin arriesgar, aún a costa de la promesa de su mismísimo Rey. ¿Conocéis al Rey? Lo estáis oyendo hablar. Todos mis tesoros son para vosotros si seguís el camino dificultoso de la virtud, todos mis tesoros os daré si os he dado por madre mi propia Madre, ¿qué podré negaros luego? si es Ella la Joya más preciada de todo el Universo.
No importa lo que debáis andar, no importa el fango del camino, no importa el cansancio ni las burlas de aquellos que no entienden vuestra locura de amor, solo importa la promesa del Rey y Yo he prometido: «quién me busque me hallará y a él me mostraré».
No abandonéis las pequeñas prácticas que os he dado: los ayunos, la oración. No os pongáis en lugares que no os corresponden. Ocupad tranquilos vuestro sitio, el caballo no es cochero ¿verdad? Así debe ser. Dejad que guíe quién os guía y dejad que elija quién elije. Callad, orad, esperad todo en mí.
Nunca os he abandonado, amados míos, cuando estábais lejos de mí, ¿acaso os dejaré huérfanos ahora que tan pronto me habéis encontrado?
La paz alcance vuestras almas y no os confiéis demasiado en vuestros dones pues a quién mucho dí mucho pediré y recordad que soy Yo quién distribuye y no vosotros. Sed fieles, la promesa del Rey es para vosotros.
Tened paz. Yo os bendigo con el Padre, con el Hijo y el Espíritu Santo.
Todo lo que no hacéis conmigo jamás lo haréis sin mí.

Lectura: San Lucas, Cap. 8, Vers. 16 al 18.





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