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¡SOLDADOS DE CRISTO, SEGUID A CRISTO!

16 de marzo de 1990

La paz a vosotros, ovejas de mi grey.
Veo con agrado que os preparáis para dar batalla, veo con agrado que aquél a quién he puesto por instrumento y guía cumple fielmente mis indicaciones hacia vosotros, veo con agrado que las amenazas que llegan de distintos lugares no mellan vuestro interés en hacer el bien y seguir a vuestro Señor. Y todo lo que he visto con agrado lo bendeciré y aumentaré. No temáis, os he acompañado hasta esta parte de la lucha y a partir de aquí no solo os acompañaré sino que marcharé frente a vosotros como en otra época. ¿Acaso mis apóstoles recorrían algún poblado sin que Yo estuviera en medio de ellos y les hablase en secreto también, formándolos, instruyéndolos, consolándolos? Así haré pues con todos aquellos que se decidan a seguirme como Apóstoles de los Últimos Tiempos.
Trabajad, trabajad mucho por la formación de cenáculos de oración, estos benditos lugares santifican a su alrededor y llevan mis gracias en estos momentos de sequedad espiritual pues la llamada del dolor se hará sentir en todo el mundo y estos lugares de refrigerio para las almas deben estar preparados y funcionando, ellas me buscarán y Yo me mostraré a través de mis servidores fieles.
La señal de la cruz ha sido en vuestro bautismo, la marca indeleble que os llamaba a participar de esta hora, la señal de la cruz ha sido en vuestra confirmación, esa misma marca que es vuestro estandarte: ¡Soldados de Cristo, seguid al Cristo!, y no creáis cuando os digan está allí o en otro lado, creed cuando lo veáis dentro de su Iglesia, como ahora, solo así estaréis seguros de alcanzar al verdadero Cristo. Es momento de dudas para la humanidad, vosotros tomad firmeza en mí, es momento de desesperanza para los hombres, vosotros fortalecéos en mí, es momento de desconfianza para la humanidad, vosotros confiad en mí, pues si soy fuente de toda la misericordia, no abandonaré a aquél que con gesto humilde retorne a mi lado, antes bien, Yo mismo saldré a buscarlo y le perdonaré porque para eso he venido, a salvar, a sanar, cuerpos y almas, como antes, pues el mismo soy, antes y ahora y en mi Iglesia habito por siempre. Seguid el camino que os he marcado, valientes luchadores de la fe, sed los guerreros del Señor, los silenciosos y humildes combatientes del amor misericordioso, los celosos guardianes del tesoro de la verdad.
Tened paz, cuando me necesitéis, venid a mí en la oración, buscadme en la eucaristía y allí estaré puntualmente.
Yo os bendigo, hijos míos, recibid las fuerzas, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (Todos responden: “Amén”).
Poned toda vuestra esperanza en mi intervención y no os hallaréis defraudados.
Dejad, pues, que otros sigan su camino equivocado, marchad vosotros a pie firme delante voy Yo.
Paz a aquellos que tienen su corazón limpio.

Lectura: I Tesalonicenses, Cap. 4, Vers. 13 al 18.





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