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Edición Nro. 24

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ORAD EN TODO MOMENTO POR AQUELLOS
QUE ESTÁN EN EL DURO TRANCE DE LA MUERTE

5 de octubre de 1990   |   Primer Viernes de mes

La paz a vosotros, ovejas de mi grey.
Haced carne en vuestras vidas mis enseñanzas que brotan como fruto de amor de mi corazón traspasado. Todo lo he dado por vosotros, hasta la última gota de mi Sangre, respondedme entonces como corresponde a verdaderos hijos, y aún más, como corresponde a verdaderas criaturas que aman a su Creador.
Hay un momento de vuestra vida del cual muchos, por no decir todos, escapáis o no deseáis hablar, aún vosotros, que os decís cristianos no queréis oír hablar del momento de la muerte, mas Yo os digo: preparáos a ese paso por que mucho depende de cómo estéis preparados en el momento en que la muerte llegue a vosotros. No deseo entristeceros, todo lo contrario, pues para el que me ama la muerte es el último obstáculo, luego de eludido, llega la unión plena con el Ser amado. Amados míos, tomad ese momento como el momento en el cual la puerta de lo celestial se abre en vuestra vida. Llevad un equipaje cargado de oraciones y buenas obras, llevad vuestras manos llenas de buenos frutos, de buenos consejos dados a vuestros hijos, de buenas prácticas piadosas y firmes, de un buen trato con vuestro prójimo, llevad un bagaje de obras de misericordia: es lo único que os acompañará. Si pensáis a menudo en que váis a morir, viviréis mejor. Solo así lograréis un verdadero desapego de lo de este mundo: los bienes materiales, los deseos carnales pasajeros, las pasiones dominantes, los pecados capitales, todo eso os parecerá basura en comparación con el riesgo de perder vuestra alma. Y sabed que en la hora de la muerte es sumamente necesaria la asistencia del sacerdote a aquél que agoniza; el enemigo de las almas bien sabe que contra el Sacramento que Yo mismo he instituido a través de mi Iglesia para proteger ese paso de una vida a la otra, nada puede, y por eso trata una y mil veces de impedir que el moribundo retorne a la gracia de Dios aún en el último momento. No sabéis cuántas almas en ese último escalón de su vida han alcanzado el perdón. No dejéis pasar oportunidad, cada moribundo os agradecerá. Orad en todo momento por aquellos que están en el duro trance de la muerte, orad para que haya asistencia y consuelo, orad para que haya sacerdotes valerosos que sin poner ninguna traba de por medio asistan a todos mis hijos.
La hora de la muerte: sabéis vosotros en mi existencia terrena cómo ha sido mi muerte y aún así contando con la asistencia del Padre del Cielo la he aceptado y a ella he ido con gusto y por amor. Tratad vosotros de tomar enseñanza, si pasáis por el mismo camino, llegaréis al mismo Reino.
Y sabed que en esa hora el único consuelo os puede venir de la fe, nada os consolará entonces sino vuestra fe y vuestra adhesión a mi corazón y al de mi Madre.
Cada día puede ser el último, sea ese vuestro pensamiento aunándolo a la seguridad de mi Amor por vosotros: «Cada día puedo encontrarme cara a cara con mi Señor, ¿qué mostraré?». Orad siempre así antes de retiraros a descansar: “Señor y Dios mío, que no llegue a mí la muerte sin estar debidamente preparado para presentarme ante ti”, y luego recitad un Padrenuestro.
Ahora sois almas prisioneras en vasos de barro y luego seréis luminosos espíritus que según el grado de vuestra gracia volaréis raudamente hacia mí. Trabajad pues para que esa luz sea lo mayor posible y aún ya en esta vida se transmita a vuestros hermanos.
Tened paz y esperad, esperad mi ayuda en todo momento aún en el doloroso trance de la muerte.
Yo os bendigo para que obtengáis la fortaleza de permanecer en el buen camino, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (Todos responden: “Amén”).
Yo he ido al Reino a prepararos una morada, no hagáis que ésta quede sin ocupar. Luchad pues por vuestra salvación, todo lo que por ella hagáis no lo lamentaréis jamás. Que mi Espíritu llegue a los corazones puros.

Lectura: San Lucas, Cap. 6, Vers. 20 al 23.





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