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Edición Nro. 31

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FELIZ, PUES, AQUÉL
QUE VIENDO SU INUTILIDAD,
NO TEME PUES CONFÍA EN MÍ

21 de agosto de 1992

Paz con vosotros, ovejas de mi grey.
Habéis pasado pues el Día del Reencuentro con vuestro Señor y ahora con justa razón puedo deciros: Pobre de aquél que no ha sabido aprovechar su llegada y estadía a este lugar y sacar los frutos espirituales necesarios para cambiar su vida acorde a mis enseñanzas. Pobre de aquél que oyendo mis palabras y correcciones, las interpreta para otros y no para sí mismo. Pobre de aquél que siendo llamado a este lugar santo para aprender, pretende enseñar lo que ni siquiera él mismo practica. Pobre de aquél que se cree digno y merecedor de mis gracias, y aún más, desea reclamarlas como pago de su esfuerzo propio pues será despedido con las manos vacías. Pobre de aquél que se adjudica a sí mismo una misión que no le corresponde e intenta guiar a otros cuando no ha aprendido aún a obedecer. Feliz aquél que en su inutilidad se arroja a los pies de esta Madre e implora por su intercesión. Bendito aquél que refugiado en la oración, brinda a su alrededor toda la ayuda que brota de la buena intención de su corazón. Bendito aquél que desea arrancar de mí el efecto de la promesa de protección como a mi propia Gloria. Feliz, pues, aquél que viendo su inutilidad, no teme pues confía en mí. Felices y bienaventurados aquellos inútiles, humanamente hablando, y de entre ellos, éste a quién Yo he elegido como mi instrumento (vidente), pues es y será dentro de esta Obra a quién debéis responder con vuestra obediencia: Pues a través de él y por su inutilidad Yo os guiaré.
No hay lugar en mi Santuario para quienes busquen su propia gloria, ni hay lugar para aquellos que se apeguen a su propio juicio, ni existe lugar ni lo habrá para quienes no deseen ingresar al servicio del Señor y solo aprovecharse de sus gracias.
No os enorgullezcáis de vuestra espiritualidad porque de nada os sirve sino actúo Yo a través de ella; ni os sintáis grandes y fuertes pensando que mis favores están de vuestra parte, porque os quitaré aún lo poco que os he dado para que aprendáis a vivir según mi Voluntad.
Honrad continuamente a esta Madre, si deseáis honrarme; servidla, si deseáis servidme, y en su compañía aprended de Ella que solo trajo a este mundo paz y concordia. ¡Imitadla, fieles apóstoles suyos! para que al veros semejantes a Ella os admita en mi Patria, la vuestra.
Tened paz, recibid la bendición y la fuerza en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (Todos responden: “Amén”).
Bendito aquél que reconociendo sus errores, retorna a mí con humildad, porque no será desoído. Paz.

Lectura: Jeremías, Cap. 44, Vers. 20 al 30.





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