QUE VIENDO SU INUTILIDAD,
NO TEME PUES CONFÍA EN MÍ
21 de agosto de 1992
Habéis pasado pues el Día del Reencuentro con vuestro Señor y ahora con justa razón puedo deciros: Pobre de aquél que no ha sabido aprovechar su llegada y estadía a este lugar y sacar los frutos espirituales necesarios para cambiar su vida acorde a mis enseñanzas. Pobre de aquél que oyendo mis palabras y correcciones, las interpreta para otros y no para sí mismo. Pobre de aquél que siendo llamado a este lugar santo para aprender, pretende enseñar lo que ni siquiera él mismo practica. Pobre de aquél que se cree digno y merecedor de mis gracias, y aún más, desea reclamarlas como pago de su esfuerzo propio pues será despedido con las manos vacías. Pobre de aquél que se adjudica a sí mismo una misión que no le corresponde e intenta guiar a otros cuando no ha aprendido aún a obedecer. Feliz aquél que en su inutilidad se arroja a los pies de esta Madre e implora por su intercesión. Bendito aquél que refugiado en la oración, brinda a su alrededor toda la ayuda que brota de la buena intención de su corazón. Bendito aquél que desea arrancar de mí el efecto de la promesa de protección como a mi propia Gloria. Feliz, pues, aquél que viendo su inutilidad, no teme pues confía en mí. Felices y bienaventurados aquellos inútiles, humanamente hablando, y de entre ellos, éste a quién Yo he elegido como mi instrumento (vidente), pues es y será dentro de esta Obra a quién debéis responder con vuestra obediencia: Pues a través de él y por su inutilidad Yo os guiaré.
No hay lugar en mi Santuario para quienes busquen su propia gloria, ni hay lugar para aquellos que se apeguen a su propio juicio, ni existe lugar ni lo habrá para quienes no deseen ingresar al servicio del Señor y solo aprovecharse de sus gracias.
No os enorgullezcáis de vuestra espiritualidad porque de nada os sirve sino actúo Yo a través de ella; ni os sintáis grandes y fuertes pensando que mis favores están de vuestra parte, porque os quitaré aún lo poco que os he dado para que aprendáis a vivir según mi Voluntad.
Honrad continuamente a esta Madre, si deseáis honrarme; servidla, si deseáis servidme, y en su compañía aprended de Ella que solo trajo a este mundo paz y concordia. ¡Imitadla, fieles apóstoles suyos! para que al veros semejantes a Ella os admita en mi Patria, la vuestra.
Tened paz, recibid la bendición y la fuerza en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (Todos responden: “Amén”).
Bendito aquél que reconociendo sus errores, retorna a mí con humildad, porque no será desoído. Paz.
Lectura: Jeremías, Cap. 44, Vers. 20 al 30.
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