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Edición Nro. 41

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MUCHOS MALES AFLIGEN
Y AFLIGIRÁN AÚN MÁS GRAVEMENTE
A LA HUMANIDAD DE VUESTRO TIEMPO

21 de julio de 1995

La paz con vosotros, ovejas de mi grey.
Puntualmente me presento aquí (Santuario de Jesús Misericordioso) cada viernes en el mismo momento y el mismo lugar, pues no deseo tomaros por sorpresa ni que os excuséis diciendo “no sabía que el Señor hablaría en ese instante”. Quiero que os aproximéis a mí con la certeza de que venís a oírme y a abrir vuestro corazón para que mis palabras se hagan carne en vosotros. Por eso se repite el día y el momento de mis mensajes para que todos puedan acceder a ellos y creyendo en mi palabra encuentren el camino de la salvación.
Muchos males afligen y afligirán aún más gravemente a la humanidad de vuestro tiempo; mas, el más grande de todos los males es el alejamiento progresivo de Dios y de su gracia. Cuán difícil es para un alma que desea progresar en santidad encontrar en las distintas iglesias un lugar propicio donde asistir al sacrificio de la misa con la dignidad que el Señor merece, pues esa fuente eterna de gracia, que es el Santo Sacrificio de la Misa, está siendo manipulado continuamente por aquellos que desde dentro de mi Iglesia intentan destruir antes que construir, para implantar un culto que no es el verdadero, el que Yo mismo he enseñado.
Por eso, estad alertas, buscad bien; no os dejéis llevar por apariencias. Nadie con más autoridad que vuestro Señor para denunciar que no se realizan ya los pasos necesarios para que mi presencia actúe dentro de la Santa Misa con completa libertad. Muchos cortan, añaden, crean, de una forma exagerada e inútil, logrando con esto disminuir en lugar de aumentar la fuerza salvífica de mi presencia, pues no está en la aplicación que ponga el ministro, sino en mi gracia y en su obediencia a las leyes vigentes.
Por esto sufro en los sagrarios del mundo, donde se me confina nuevamente y se me castiga con el peor de los dolores que puede sufrir alguien que ama: la indiferencia. Acercaos, pues, a mí; y si no podéis hacerlo físicamente, desde vuestros hogares, en vuestros cenáculos orad y trasladaos espiritualmente a los sagrarios donde me mantengo en la espera. Sed mi consuelo y acompañadme vosotros, mis apóstoles.
Tened paz. Llegue a vosotros mi bendición en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (Todos responden: “Amén”).
Ante todo peligro, la señal de mi cruz os salvará, para que no temáis a ningún enemigo. Llevad la cruz siempre con vosotros. Paz.

Lectura: II Crónicas, Cap. 30, Vers. 23 al 27.





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