11 de octubre de 1996
Piensa el necio: “Dios me ha dado vida hasta hoy, ¿por qué no me dará más?... Viviré como me plazca un tiempo y luego me convertiré estando próxima mi muerte”. Piensa el sabio: “Nadie sabe el día ni la hora: tendré siempre listo mi equipaje para partir y mis cuentas claras con mi Señor para cuando me llame a su presencia”. He aquí las dos formas de vivir vuestra vida: descuidados, insolentes, tibios, descontrolados, por el camino seguro de la perdición... o prudentes, sabios, según la ley de Dios, voluntariosos, sacrificados, construyendo vuestro camino hacia el Cielo.
Mas, a pesar de la ceguera humana, la voz del Señor sigue clamando por una conversión verdadera, por una fidelidad continua y perseverante que os asegure a paso firme la llegada a la meta. ¡Cuántos cambiarían su vida si se detuviesen a meditar sobre su último fin!... ¡Cuántos esperan que alguien les haga ver la verdad!... Y para eso os he llamado: para que habléis de lo que habéis visto y oído, y predicando mi Palabra con vuestro ejemplo, salvéis muchas almas.
Yo os bendigo para que obtengáis la gracia de la perseverancia final en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (Todos responden: “Amén”).
Llevad mi carga que es liviana, seguid mis leyes que son de amor, y obtendréis auténtica felicidad.
Paz a los corazones limpios.
Lectura: Daniel, Cap. 3, Vers. 51 al 56.
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