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Edición Nro. 9

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CONSAGRACIÓN DE LAS FAMILIAS
A JESÚS MISERICORDIOSO

CIUDADELA, 30 de diciembre de 1988
PARROQUIA SAN ANTONIO DE PADUA

Paz a vosotros, ovejas de mi grey, paz a vosotros, hombres de buena voluntad que sabéis oír a Quién habla a vuestros corazones y sabéis aplicar las enseñanzas de Aquél que ha venido a buscaros nuevamente, como cada vez, como obra de misericordia.
Termináis pronto un nuevo año de vuestra vida terrestre. Examinad, pues, vuestras conciencias. ¿Qué habéis ganado en el Cielo durante este tiempo? ¿Qué tesoros habéis puesto en las moradas celestiales donde no llega el ladrón ni la polilla corroe? Meditad y proponeos enmendar lo malo y mejorar lo bueno en este próximo año pues vuestro enemigo y el mío no cesa de dar batalla contra vosotros solo por el hecho de que deseáis ser fieles.
Estoy llamando a mis seguidores para presentar batalla, todas las fuerzas son necesarias, grandes y pequeños, varones y mujeres, enfermos y sanos, sacerdotes, consagrados, laicos, todos en unión a mí, todos, para defender a la Santa Iglesia, que día tras día se ve más ultrajada, y sois vosotros, mi ejército valiente para defenderla de las asechanzas exteriores del demonio y de las maquinaciones interiores que tratan de quebrar su estructura y hacerla aparecer como algo temporal, mas tened en cuenta esto: La Iglesia de Cristo es una sola: comienza aquí y termina en la eternidad, por eso jamas sera vencida por el enemigo, pues su Cabeza ya domina desde los Cielos. Yo he abierto una puerta para que vosotros, siguiendo el camino que os marco, entréis a mi Reino: en vuestra manos está.
Esta humanidad se parece a un enfermo a punto de morir, al cual se le deben aplicar diversos tratamientos, todos ellos muy dolorosos, pero necesarios por su salud. Estas diversas formas de manifestación, estos llamados, estos momentos de oración, son estos remedios que acerco a esta humanidad; si el enfermo rechaza mis remedios, sin duda morirá; si los acepta, prometo que mi intervención será de tal forma que lo veréis llevantarse como a Lázaro aunque su cuerpo ya huela a putrefacción.
Hoy os consagraréis al servicio de vuestro Señor Misericordioso y tomaré bajo los rayos de mi corazón a vosotros y a vuestras familias mas prestad atención a ésto: Yo cumpliré mi parte si vosotros cumplís conmigo; que no se ponga el sol en vuestros hogares sin que hayáis rezado en honor a la Divina Misericordia, que no cierren los ojos para descansar sin que hayáis dirigido vuestras miradas hacia mi corazón. Si os consagráis a mí, debéis venerar en vuestros hogares una imagen de la Divina Misericordia, desde allí os bendeciré, desde allí os acompañaré y defenderé contra todo enemigo, no interesa número ni fuerza, no interesa origen ni capacidad, Yo estoy de por medio y si sois míos estaré en vosotros y os protegeré siempre.
Orad en silencio ahora, mientras mi mano os bendice y mi Espíritu colma el vuestro porque tomaré posesión de vuestras almas en nombre de la Divina Misericordia; de ahora en más sois mis servidores pues me tenéis por Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Todo buen soldado es considerado como tal por el manejo de vuestras armas, manejad vosotros vuestra armas con destreza y seréis parte importante en esta batalla que estamos librando para la salvación de toda la humanidad. No importa que éxitos obtengáis ni importan vuestros méritos personales, solo importa vuestra voluntad de amar y amarme, de servir, sirviéndome y sirviéndolos para mayor gloria del Padre del Cielo que sobre todos derrama su gracia y bendición.
Tened paz, ovejas de mi grey, ahora sois míos, nada os turbe, nada mueva vuestro corazón al temor o desconfianza, aceptad mi Voluntad en vosotros y veréis la luz que no tiene fin. Tened paz

Lectura: San Lucas , Cap. 2, Vers. 8 al 15.





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