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TEMED SERIAMENTE CUANDO UNA SOCIEDAD...
...ATACA O PERMITE QUE SE ATAQUE...
...EL ALMA DE UN NIÑO

3 de noviembre de 1989   |   Primer Viernes de mes

Mi paz llegue a vosotros, ovejas de mi grey.
Hoy más que nunca, mi paz a vosotros, pues rodeados de ángeles y santos, con mi presencia entre vosotros con mi Santa Madre, rezando por vosotros y entre vosotros en el seno de la Santa Iglesia, ¿qué más podéis pedir?
Ya veis cómo estos pequeños (la Parroquia está llena de niños por pedido del Señor en el mensaje anterior del 27–10–1989) no pueden ser de ninguna forma para vosotros excusa en el no cumplimiento de los deberes con la Iglesia y con Dios, pues ellos con su comportamiento han demostrado que pueden y deben ser llevados a las celebraciones litúrgicas con asiduidad y sabiendo que del ejemplo que reciban de sus padres depende su cumplimiento futuro. Nadie es demasiado pequeño como para ser excluido de la posibilidad de recibir la bendición de Dios.
Muchas veces os he hablado de signos y ved hoy en vuestra sociedad este signo alarmante de degradación, temed seriamente cuando una sociedad, movida por los intereses del demonio, ataca o permite que se ataque, lo más santo y puro que podáis encontrar entre vosotros, como lo es el alma de un niño. Temed, pues, cuando la Serpiente Antigua dirige sus garras hacia la semilla, porque destruyéndola, intenta destruir todo el árbol o que crezca defectuoso para que sus frutos solo sean amargos e inservibles. Por eso, vuestros niños, están aquí hoy para recibir la bendición de Aquél por cuya mano ya han recibido la vida, para que sean semilla fértil en este mundo donde todos viven sin pensar si habrá una oportunidad para retornar a mí. Yo os lo digo: por estos pequeños es que aún hay esperanza para este mundo, haced de ellos dignos hijos de Dios y estaréis haciendo mucho por vosotros también.
Y hoy os digo: Pobre de aquél que con su mal ejemplo arrastre a alguno de estos pequeños, pobre de aquel cuando la Justicia le alcance.
Enseñad y educad cristianamente a estas criaturas para que crezcan rectos hacia el Cielo sin dejarse conmover por idas y venidas, que su fe sea firme, basada en vuestra fe y orad, orad por ellos mucho. Así lograréis más de lo que cualquier escuela puede darles. Y a vosotros me dirijo, pequeños, en el idioma que vuestros ángeles y Yo entendemos, almas santas, no hacen faltas palabras, a todos y cada uno os bendigo. Recibid en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (Todos responden: “Amén”). Aquí os he traído para que veáis en estos pequeños la señal viva de la misericordia de Dios que aún espera, mientras haya almas limpias, esperaré.
Tened paz, también para vosotros es mi bendición, el amor y la misericordia habite en vosotros, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (Todos responden: “Amén”). Que nadie sea privado de la gracia de saber que su Dios lo ama, pues las puertas del Cielo están abiertas para todos aquellos que con humildad quieran iniciar el camino de retorno hacia mí. Por vosotros y por estos pequeños, luchad por un mundo mejor, luchad por mi Reino.
Paz a aquellos corazones que puedan recibirla.

Lectura: San Juan, Cap. 13, Vers. 31 al 35.





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