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QUIÉN MUERA POR MÍ, VIVIRÁ,
QUIÉN VIVE SIN MÍ, ESTÁ MUERTO
AUNQUE RESPIRE

13 de diciembre de 1989

Mi paz a vosotros, ovejas de mi grey.
Tened paz y descansad en mí pues pronta está la hora en que solo hallaréis paz estando unidos a mí, de tal forma el mundo se pondrá en vuestra contra que no os dejará ni de día ni de noche descansar en vuestros pensamientos, mas Yo estaré a vuestro lado y cuanto más se empeñe el enemigo en atacaros más se empeñarán mis ángeles en defenderos y os aseguro que su número es superior, su fuerza mayor, descansad tranquilos.
Estáis viviendo las experiencias únicas de un apostolado en tiempo especial de una batalla como no ha habido en la historia de la humanidad, una batalla de enemigos poderosos, de voluntades encontradas, “por la salvación” o “por la perdición” dicen sus banderas y allí estáis vosotros, no detrás de todo buscando pasar desapercibidos sino en primera línea mostrando que sois dignos de este favor que el Cielo os hace.
Si os quedáis en una habitación completamente oscura y comienza a filtrarse un pequeño rayo de luz toda esa oscuridad unida no puede evitar ni apagar la intensidad de ese pequeño rayo, si nuevos rayos se filtran la luz es mayor y la oscuridad nada puede, si esos rayos son del sol cada rayo posee la luminosidad propia de ese astro mayor y terminan por cambiar todo lo que dentro de esa habitación en la oscuridad no se veía, dandole otra forma, dandole otro color, dandole otra dimensión diferente a la que en las tinieblas tenía, esa chatura e incertidumbre, con la luz, por pequeña que sea se trastoca y permite apreciar cada cosa, así pues, los rayos de mi misericordia partiendo de mi corazón, penetran en la oscuridad del mundo a través de pequeñas filtraciones que son los Ángeles Custodios de los cenáculos, por eso mi intención es que abarquéis más con más cenáculos. Cuantos más pequeños rayos de luz se filtren, más será vencida la oscuridad y todo se verá tal cual es. Y no es luz común, es la Luz de Dios cuya fuente y foco es mi corazón inflamado en amor y fuego por las almas.
Si Yo mismo he enviado el Espíritu a contarles mis cosas y a enseñaros, ¿cómo puedo ahora desear a través de mi Iglesia acallar su voz?, pensad bien, no con pensamientos de hombre sino según los designios de vuestro Dios.
Para ser perfectos seguidores míos, debéis aprender a desprenderos de la opinión del mundo, aún de vuestros propios familiares, toda opinión que no esté ligada conmigo no es válida, pues solo los hombres espirituales pueden juzgar todo y nadie puede hacer juicio sobre su proceder, pues el Espíritu que habita en ellos, habla por ellos y obra por ellos dirigiendo sus pasos a la única meta: el Cielo. Por eso, hijos míos, si deseáis estar cerca de mí, desprendeos definitivamente de la importancia de las opiniones ajenas, solo os importe lo que Dios ve, hacedlo todo para mí y para las almas, así aunque estéis solos, sois dueños de un gran tesoro en la tierra y en los Cielos. Decidíos, no os quedéis, seguid las huellas que Yo os he marcado, por algo he venido a este lugar a buscar a mis seguidores, por algo he elegido este tiempo para mis manifestaciones, por algo la contradicción es tan grande.
La señal de la cruz se extiende ya en lo alto, la cruz que espera a mis seguidores que comienza con su base en tierra y termina con un abrazo final en el Reino Celestial.
Quién muera por mí, vivirá, quién vive sin mí, está muerto aunque respire.
Yo os bendigo para que progreséis en el bien y evitéis el mal, para que luchando con la verdad destruyáis las fuerzas de la mentira, para que con la luz hagáis retroceder las tinieblas, para que con mi gracia todo lo podáis en mí que os daré fuerzas, si no falláis a mis planes y designios por vuestra culpa.
Yo os bendigo, tened paz, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (Todos responden: “Amén”).
Recordad que no se enciende una luz para guardarla bajo la mesa, sino para ponerla en el candelero y que a todos ilumine.
Luz o tinieblas, cada uno tome su puesto. Paz.

Lecturas: Hechos de los Apóstoles, Cap. 16, Vers. 16 al 19.
I San Pedro, Cap. 3, Vers. 13 al 22.





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