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NO, ESPOSA MÍA, NO, IGLESIA MÍA,
NO ESTARÁS NUNCA SOLA
PUES YO ESTARÉ CONTIGO
HASTA EL FIN DE LOS TIEMPOS

29 de septiembre de 1989

Mi paz a vosotros, ovejas de mi grey
Ningún esposo que se precie de amar a su esposa la abandona en los momentos más difíciles, ni deja de preocuparse por sus necesidades, ni deja de oír sus lamentos y quejas, ni deja de compartir sus alegrías, ni la aleja de su lado por cualquier otra si en realidad la ama, ni falta a su promesa de fidelidad contraída frente a Dios, ni deja de atenderla con regalos a veces útiles en la casa a veces adornos para su belleza, siempre fruto de ese amor que el esposo profesa por su esposa, amor bendecido, pues es imagen de aquél que Yo, vuestro Señor, tengo por mi Esposa, la Iglesia. Y Yo os aseguro que a pesar del paso del tiempo mi amor por ella no decae y seguiré oyendo sus plegarias y seguiré atendiéndola en sus necesidades y continuaré obsequiándola con las gracias necesarias para que cumpla con su misión de salvar a la humanidad. No, esposa mía, no Iglesia mía, no estarás nunca sola pues Yo estaré contigo hasta el fin de los tiempos y aquellos que permanezcáis fieles a su doctrina y a su guía, aquellos que permanezcáis adheridos, aún muchas veces sin comprender, aquellos que sois mi Iglesia, tampoco seréis abandonados de mi mano pues si sois mi Cuerpo, seréis tratados en este mundo como a mí mismo y así también en el otro. Si compartís mis sufrimientos compartiréis mi gloria.
Entre vosotros se mueven los tres arcángeles cuya fiesta celebráis hoy y ellos llevarán prontamente vuestras peticiones al Corazón del Padre Celestial para que atienda vuestras súplicas, honradles habitualmente, pues estos valerosos compañeros están íntimamente unidos a vosotros en la lucha común contra el mal. Ya lo he dicho y lo repito, el Cielo y la tierra unidos contra el infierno.
No releguéis jamás a segundo plano vuestras obligaciones con Dios, no dejéis de lado vuestras promesas conmigo y Yo os tendré siempre en cuenta. Creed en la fuerza de la oración pues allí está la gran llave que abre el Corazón misericordioso de vuestro Dios. Rogad, pedid, buscad, no ceséis durante este tiempo de misericordia de llamar a las puertas del Cielo implorando gracia y perdón.
Tened paz, amados míos, sed felices en lo íntimo de vuestro corazón conociendo el gran amor de Dios que no os abandona.
Yo os bendigo, obtened fuerza para la batalla, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (Todos responden: “Amén”).
Feliz aquél que ha encontrado el camino hacia la patria celestial y más feliz aún el que ante las dificultades persevera en este camino. Dejad que el mundo se regocije en sus propios intereses, buscad vosotros el Reino de Dios y su Justicia.
Paz a las almas que puedan recibirla.

Lectura: Romanos, Cap. 15, Vers. 1 al 7.





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